Non Nobis Domine

martes, 8 de julio de 2014

Breve historia del Temple

En las siguientes lineas puedes leer un resumen de la historia del Temple.

Dicho texto forma parte de la introducción de la segunda parte de la novela Non Nobis Domine


Un año después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la primera cruzada, allá por el año 1119, fue fundada la Orden del Temple. 
 Cuenta la historia que nueve caballeros abandonaron sus posesiones, y la cómoda vida que habían disfrutado hasta entonces, para dedicarse a proteger a los peregrinos que viajaban hasta Tierra Santa. Entre ellos se encontraban Hugo de Payens, Godefroy de Saint-Omer y André de Montbard. Este último tío de Fray Bernardo de Clavaral, fundador de la Orden del Cister, quien tendría un papel importante en la historia del Temple. 

Poco sabemos de los primeros tiempos de la Orden. Solo que vestían como seglares, vivían de limosnas y que fueron alojados por el hermano de Godofredo, Balduino II rey de Jerusalén en un ala de su palacio. Exactamente donde había el solar que antiguamente había ocupado el Templo de Salomón. Este es el motivo por el cual la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo pasó a la historia como Caballeros del Templo en primer lugar y Templarios finalmente. No consta que realizaran alguna hazaña en sus primeros tiempos. Ni que participaran en batalla alguna contra los sarracenos. A pesar de que Balduino II no dejó de librarlas con el fin de asegurar el reino de Jerusalén. Tan solo conocemos que emplearon los primeros nueve años de actividad en limpiar de escombros los subterráneos del antiguo Templo. Todavía hoy nadie ha podido explicar este misterio ni dar respuesta al verdadero sentido de esta actividad. 

¿Cuál era el motivo de este trabajo aparentemente inútil? ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Buscaban algo en concreto? ¿Acaso llegaron de Europa con esta intención? Otro misterio que también llama la atención es que durante este periodo no permitieron que ningún otro caballero se les uniera. Es decir, durante los primeros nueve años la Orden esta estaba formada únicamente por los caballeros fundadores. Y a pesar de estos enigmas y extraña conducta sigue sin explicación la aprobación que el rey Balduino y el Patriarca de Jerusalén les profesaron. Tanta estima les tenían, que Balduino ordenó desalojar a los monjes de la Orden del Santo Sepulcro para cederles el terreno a ellos. Y fue el propio patriarca de Jerusalén quien escribió la primera versión de la Regla de la Orden para que los nueve caballeros pudieran proclamar sus votos ante Balduino II. Pobreza, obediencia y castidad fueron sus juramentos. Ello no sería excepcional como base para quienes creaban una nueva orden de monjes. 



Pero si unimos la actividad militar con la vida monástica como hizo el Temple, hecho que fue seguido rápidamente por otras órdenes, debemos darnos cuenta de que era una extraña mezcla en aquellos tiempos. En la edad media solo existían tres clases sociales: los oradores, que acogía a los miembros del clero, los combatientes, formada por la tropa y los señores feudales, y por último los trabajadores, que englobaba al pueblo llano. La Orden del Temple rompía desde su fundación con los esquemas sociales mediante una curiosa dualidad. La de monje y la de guerrero, cubriéndose de un halo de misterio que la acompañaría hasta su disolución dos siglos más tarde. Pero si los fundadores solo se dedicaron a excavar el subsuelo
del Templo sin que la Orden progresara, muy distinta fue su evolución después de esta primera etapa. Finalizado este aparentemente infructuoso trabajo, cuatro de los caballeros regresaron a Francia. A partir de entonces la Orden sufrió una verdadera transformación. De inmediato los cuatro fueron recibidos por el Papa y por la mayoría de reyes y nobles de la cristiandad. Ello a pesar de que la Orden era desconocida en occidente. Una vez que la regla fue solemnemente aprobada en enero de 1128 en el concilio de Troyes empezaron a recibir donaciones en forma de joyas, dinero y posesiones al tiempo que no paraban de llegar solicitudes de afiliación por parte de nobles y caballeros que querían ser aceptados en la Orden. Es aquí donde tuvieron el valioso apoyo de Bernardo de Claraval. Quien sería el mejor propagandista del Temple escribiendo para ello su famosa De Laude Novae Militiae. Con una organización superior a la de cualquier ejército de la época. Una efectividad que hacía temblar a los enemigos cuando su estandarte aparecía en el campo de batalla, y con el apoyo del Papa, los templarios fueron acrecentando su autoridad mientras su poder se extendía por los reinos del Sacro Imperio Romano al tiempo que las bulas papales les otorgaban mayor autonomía y mejores derechos. Y no era solamente el poder militar el que la Orden ejercía. Por todo el continente sus posesiones eran núcleos de una actividad económica intensa. Tanto que la Orden alcanzó el mayor poder financiero de la época. La explotación de molinos, granjas, mercados y puertos donde el comercio y la pesca florecían eran parte de las actividades que utilizaban. Con ello financiaban la construcción de catedrales en Europa y la lucha en Tierra Santa. A estas actividades también se unían los derechos de paso por sus tierras y por sus puentes. Estos últimos llamados pontazgos. Incluso en feroz competencia con el clero explotaban los derechos de enterramiento en sus propios cementerios, o el cobro de diezmos a los feligreses. También eran muchas las donaciones que en forma de terrenos, iglesias e incluso poblaciones enteras recibían de nobles y reyes que querían de esta forma ayudar a la recuperación y custodia de los Santos Lugares. 

Tal llegó a ser el poder y la solvencia de la Orden que se convirtieron en los tesoreros de la mayoría de casas reales de Europa. Siendo también depositarios de fortunas que nobles y comerciantes les encomendaban al no existir un lugar más seguro que la Casa del Temple. Y si bien el poderío económico de los Templarios era el mayor de la cristiandad, también su fuerza militar era envidiable. No había ejército que se les pudiera comparar. Cuando el Bausant, el estandarte blanco y negro de la Orden, aparecía envuelto entre una nube de caballeros con sus mantos blancos al viento las tropas sarracenas sabían que la batalla estaba perdida. Mucho se ha escrito acerca de la efectividad de los Templarios en la guerra, y quizás se ha exagerado. Pero hay que conocer que eran un ejército formado por soldados que dedicaban su vida a la oración y a la lucha, entrenando constantemente, y que no temían morir en batalla, ya que para ellos era una gloria. Soldados que practicaban el voto de obediencia incluso en la lucha, pues nadie podía retirarse ni huir si el mariscal no lo ordenaba. Conociendo esto es fácil entender que un ejército así era un ejército invencible. Tan solo algunos monarcas deseosos de victorias con las que regresar a Europa ensombrecieron la parte final de su historia en Tierra Santa. Monarcas que no quisieron escuchar los consejos de verdaderos profesionales. Y fue la imprudencia de estos monarcas la verdadera razón de las derrotas que marcaron el final de la presencia cruzada en Palestina. Imprudencias que causaron la pérdida y la expulsión de Tierra Santa. 

 Pero como la finalidad de estas líneas no es escribir la historia, ni juzgarla, sino tan solo conocer un poco más a la Orden del Temple es importante acercarnos a su estructura. 

Para administrar y gobernar tal número de posesiones los Templarios crearon una organización que hoy en día sería un ejemplo para cualquier multinacional. El mando estaba en manos del Maestre, cargo elegido de forma democrática entre los más preparados y que normalmente recaía en alguien con una carrera intachable dentro de la Orden. Y si bien en la larga lista de Maestres se sucedieron verdaderos genios, también hubo algún caso en el que el elegido no supo estar a la altura del cargo. Para prevenir esto la Orden adoptó su propia solución. El poder no se ejercía de forma absoluta por el Maestre. Todas las decisiones importantes que afectaban a la Orden eran tomadas en reuniones llamadas capítulos a las que asistían los Maestres Provinciales. El segundo puesto en importancia dentro de la estructura lo ocupaba el Senescal, quien hacía las veces de Maestre en ausencia de este. Y tras él había el Mariscal, único responsable de la disciplina y máxima autoridad en las batallas. A continuación seguía el comendador del reino de Jerusalén, máximo tesorero, y el comendador de la Bóveda de Acre, quien vigilaba el tráfico marítimo y la relación con los hermanos de Occidente. Por último estaban el comendador de Jerusalén, encargado de la protección de los peregrinos, y el Submariscal, que dirigía la caballería ligera de la Orden. Los turcópolos, guerreros nativos que sabían disparar su arco mientras cabalgaban monturas ligeras. Una innovación para aquella época, ya que en Europa se entendía al jinete y a su caballo como equivalentes a una caballería pesada y lenta de movimientos. Estos cargos, todos ellos residentes en Jerusalén, eran los más altos de la Orden. Luego, por debajo existía un conjunto de mandos, con distintos niveles de autonomía, repartidos por las zonas en las que el Temple estaba presente. Incluyendo la vieja Europa. De esta forma la organización podía funcionar de forma estable. Entre estos mandos figuraban los Maestros Provinciales, verdaderos responsables de las provincias en las que los Templarios tenían divididos sus dominios en función de la economía y la lengua. También había los comendadores mayores, que cuidaban de la bailía, un pequeño terreno dentro de cada provincia. Los comendadores o preceptores, que administraban las casas, granjas y encomiendas de la Orden. Los Visitadores, quienes viajaban por las posesiones vigilando que se cumpliera La Regla así como las normas. 

Los pañeros, encargados del material y de la vestimenta, y algunos cargos más menores. Pero uno de los oficios de responsabilidad, especialmente en combate, era el de gonfalero o porta estandarte, ya que el bausant era el punto de referencia de la tropa en el campo de batalla. Por su importancia, y para evitar que cayera en manos enemigas siempre iba rodeado por una escolta. Si el gonfalero caía otro caballero tomaba el bausant. Además, la Regla prohibía expresamente que el bausant y su mástil se emplearan como arma. Solo debían usarse para mantener a la tropa agrupada. Por lo que siempre debía estar alzada. También las posesiones del Temple estaban proyectadas hasta el mínimo detalle. Cada granja, encomienda o castillo tenía su propia organización que agrupaba a los freires, caballeros o sargentos bajo el mando de un preceptor o comendador. A su cargo estaban todos los empleados, incluyendo los externos que trabajaban a cambio de un sueldo y los prisioneros en las posesiones cercanas a la frontera. Por último la Orden tenía sus propios sacerdotes, quienes cuidaban de la salud espiritual de sus hermanos. Para disponer de la misma autosuficiencia en el mar como en tierra el Temple creó su propia flota, que competía con las mejores de la época. La Orden rivalizaba con venecianos y pisanos por el lucrativo negocio del transporte de mercancías y peregrinos. Tanto hacia Tierra Santa por el mediterráneo, como a Santiago de Compostela por el Atlántico. Gracias a ella llegaron a poseer puertos relevantes como Colliure en el mediterráneo o La Rochelle en la costa atlántica. Desde este último navegaban hacia Padrón y Burgo de Faro los fieles que desde Europa iban a visitar la tumba del apóstol en Santiago. 

Pero la envidia que generaba este poder económico, unido al temor que algunos monarcas sentían al tener en sus reinos un ejército que no les rendía vasallaje, que solo debía obediencia al Papa, creó un caldo de cultivo en contra. Las perdidas de Jerusalén, San Juan de Acre y Trípoli, unidas a la expulsión de Palestina, facilitaron que Felipe el Bello, rey de Francia, en complicidad con su asistente Miguel de Nogaret, urdiera un plan para acabar con el Temple y arrebatarle sus posesiones. Un plan que se gestaba en el palacio real desde hacía tiempo. Los conspiradores usaron el misterio que rodeaba la Orden y culparon a los templarios de pactar con el enemigo cargando en ellos la responsabilidad de la pérdida de Tierra Santa. Y para poner al pueblo en su contra acusaron a los templarios de dedicarse a prácticas de idolatría dándoles el peor trato que podían darles, el trato de herejes. Felipe el Bello, al que algunos historiadores han llegado ha reconocer como uno de los mejores monarcas franceses no fue en realidad más que un personaje oscuro que en nada se pareció a su abuelo Luis. 

 Nada más Bertrand de Got fue nombrado Papa bajo el nombre de Clemente V, Felipe preparó su complot. Con la ayuda de su fiel Nogaret ultimó los detalles para que en la

Bertrand De Got, Papa Clemente V
madrugada del viernes 13 de octubre de 1307 fueran arrestados todos los templarios de Francia en sus respectivas encomiendas. Confesiones arrancadas mediante las más horribles torturas que la inquisición pudiera imaginar. Muerte en la hoguera para aquellos que una vez confesada su culpa mediante tortura se retractaran de ella. Y el encarcelamiento en condiciones tan horribles que, incluso hombres preparados para la guerra no pudieron resistir, fue la forma en que el rey de Francia premió a unos caballeros que habían entregado todo, incluso su vida, por defender la cristiandad y los Santos Lugares. Pero no es nuestro propósito juzgar las iniquidades que sufrieron los Templarios en manos del rey francés con la complicidad del Papa. Para ello el lector dispone de obras publicadas que detallan todas y cada una de las partes del proceso. Solo recordar que, después de años de sufrimientos en los que no se permitió a los Templarios ejercer ningún tipo de defensa, la Orden fue abolida por Clemente V mediante la Bula Vox Clamantis el 3 de abril de 1312, tras infinidad de presiones del rey de Francia. Y que también instó a los reyes de la cristiandad a entregar todas las posesiones arrebatadas a los Templarios a la Orden de San Juan del Hospital mediante la Bula Ad Providam Christi Vicari del 2 de mayo de 1312. Fue al final, quizás provocado por un arrepentimiento de última hora, cuando se inició un tira y afloja entre el Papa y Felipe por los bienes y posesiones incautados del Temple. Pero pocas llegaron a manos de los Hospitalarios. Pues empezando por el mismo Felipe y siguiendo por el resto de monarcas cristianos, todas las posesiones fueron vendidas o entregadas a familiares y nobles. Incluso llegaron a crearse Ordenes Militares específicamente para recibirlas, como las de Calatrava y la de Montesa en la península Ibérica. ¿De qué fueron acusados los templarios por el rey francés para que ni el Papa ni el pueblo se opusiera a su destrucción? ¿Cuáles fueron los cargos de los cuales Felipe el Bello y Nogaret acusaron a la Orden del Temple y a todos sus miembros? 




  • Ser herejes y no tener una Fe verdadera


  • Insultar a Jesús en la Cruz, pues se decía que en la ceremonia de recepción todos los hermanos eran obligados a insultar y a escupir sobre el crucifijo 


  • Adorar a un ídolo en forma de cabeza, y que cuando era mostrado en las reuniones secretas hablaba. Este ídolo, con rostro humano y con barba fue llamado Baphomet al confundir los acusadores dos temas distintos dentro del esoterismo templario 


  • Practicar la sodomía y obligar a ello a los nuevos adeptos 


  • Llevar cinturones mágicos con nudos bajo la camisa 


  • Traicionar a la cristiandad manteniendo relaciones y pactos en Palestina con el Sultán del Cairo, así como con otros enemigos. 

Jacques de Molay en la hoguera

Además de absurdas estas acusaciones estaban urdidas con el propósito de enfrentar al Temple con todos los sectores de la sociedad. Tanto los eclesiásticos como los nobles. E incluso también con el pueblo llano. Pero si el ambicioso Felipe y el corrupto Clemente V creyeron que podían acabar con la Orden estaban equivocados. A pesar de que encarcelaron a muchos de sus miembros todavía hoy los templarios guardan celosamente sus misterios. Oficialmente la Orden se extinguió con la supresión decretada por el Papa Clemente V y la muerte en la hoguera de Jacques de Molay, su último Maestre, ordenada por Felipe el Bello. Aún hoy la pregunta de cómo la Orden Militar más poderosa de la época se dejó sorprender tan fácilmente no tiene respuesta. Pues la coordinación del rey y de sus comisarios repartidos por todo el país es improbable teniendo en cuenta las comunicaciones y limitaciones de la época. Hay quien opina que la Orden conocía de antemano la trampa. Y que lo que hizo fue sacrificar su parte externa y sus posesiones para salvaguardar su tesoro espiritual. Pues no todos los caballeros fueron apresados. 

María Magdalena, Le Saint Grial

Además, para aumentar el misterio jamás se encontró el tesoro que acumulaban en la Casa de París. Cuenta la leyenda que del puerto de la Rochelle partieron dieciocho barcos de la Orden la misma madrugada del arresto. Sin que jamás se llegara a saber dónde fueron ni que transportaban.



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