Non Nobis Domine

viernes, 7 de diciembre de 2012

BREVE HISTORIA DE LA ORDEN DEL TEMPLE

Querido lector,

Aquí tienes de forma breve y concisa la historia de la Orden del Temple. Su estructura, su organización, su crecimiento y su caída. 

Estas líneas son ideales para conocer de forma rápida y breve una parte de la historia que no aparece en los libros escolares ni se explica en las aulas. Pero que a pesar de los siglos que hace que aconteció, refleja hechos similares a los que hoy suceden y que en algunos casos ayuda a entender acciones de organizaciones y gobiernos.

Ten en cuenta que los Templarios fueron precursores de algunas cosas de total actualidad, como por ejemplo la letra de cambio o cheque, ya que mediante una "donación" (comisión hoy) cualquiera podía entregar dinero en una encomienda y recogerlo en otra a miles de kilómetros. Ello permitía viajar sin el riesgo a ser asaltado y robado. 

Otro de los proyectos de la Orden era una Europa formada por estados federales agrupados por la economía, la lengua y la cultura, en contra de los reinos feudales que nada aportaban al desarrollo.
Una Europa regida por un consejo elegido de forma democrática, a imagen y semejanza de los consejos que regían la Orden.

Así pues, si quieres conocer un poco más sobre la enigmática Orden del Temple, y sobre sus caballeros, los Templarios te invito a leer las líneas que vienen a continuación.





Allá por el año 1119. Tras la primera cruzada encabezada por Godofredo de Bouillon. Después de la liberación de Jerusalén por el ejército cristiano, fue fundada la Orden del Temple. 

Según cuenta la historia, nueve nobles decidieron abandonar la vida seglar, y las posesiones que habían disfrutado hasta entonces, para dedicar su vida a la vigilancia de los peligrosos caminos que, desde la costa conducían a la Ciudad Santa de Jerusalén con el propósito de proteger a los peregrinos en Tierra Santa. Entre ellos se encontraban Hugo de Payens, Godefroy de Saint-Omer y André de Montbard. 

Este último, tío de Fray Bernardo de Clavaral, fundador de la Orden del Cister, que acabaría desempeñando un papel importante en la historia del Temple. Poco conocemos de los primeros tiempos de la nueva vida de estos caballeros. Ni tampoco en que emplearon el tiempo. Solo que vestían sencillas ropas seglares, vivían de limosnas, y que fueron alojados por Balduino II, rey de Jerusalén y hermano de Godofredo de Bouillon en un ala de su palacio. 

Exactamente en el solar en que antiguamente se encontraba el Templo de Salomón. Este es el motivo por el cual la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, nombre con el que fundaron su orden, pasó a la historia como la Orden de los Caballeros del Templo en primer lugar, y como Templarios finalmente. No consta en los escritos que realizaran ninguna hazaña en sus primeros tiempos. Ni que participaran en batallas contra los sarracenos.Y ello a pesar de que Balduino II no dejó de librarlas para asegurar el reino de Jerusalén. Tan solo tenemos noticia de que emplearon los primeros nueve años de actividad en limpiar de escombros los subterráneos del antiguo Templo de Salomón. 

Todavía hoy no se ha podido explicar este misterio. Ni dar respuesta al verdadero sentido de esta actividad. ¿Cuál era el motivo de este trabajo aparentemente inútil? ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Buscaban algo en concreto? ¿Acaso llegaron de Europa con esta intención? Otro hecho que también llama la atención es que durante este periodo no permitieron que ningún otro caballero se les uniera. 

Es decir, durante los primeros nueve años de vida la orden solo estaba formada por los nueve fundadores. A pesar de estos enigmas, y de esta extraña conducta, todavía sigue sin explicación la total aprobación del rey Balduino y del Patriarca de Jerusalén hacia la nueva orden. Tanta estima les tenía el rey, que incluso llegó a desalojar a los monjes de la Orden del Santo Sepulcro, los primeros inquilinos del emplazamiento, para cederles el solar del Templo como cuartel. También fue el propio patriarca de Jerusalén quien escribió la primera versión de la Regla de la Orden, con el fin de que los nueve caballeros pudieran proclamar sus votos ante Balduino II. Pobreza, obediencia y castidad fueron sus juramentos. 

Ello no sería nada excepcional para quienes creaban una orden de monjes. Pero si unimos la actividad militar con la vida monástica, como hizo el Temple, algo que fue seguido rápidamente por otras órdenes, nos daremos cuenta de que era una extraña mezcla en plena edad media. 

En esa época solo existían tres clases sociales: los oradores, que acogía a los miembros del clero, los combatientes, formada por la tropa y señores feudales, y por último los trabajadores, que abarcaba al pueblo llano. Ya desde su inicio la Orden del Temple rompía con los esquemas sociales establecidos al formar una curiosa dualidad, la de monje y la de guerrero, cubriéndose del halo de misterio que la acompañaría hasta su disolución dos siglos más tarde. Pero si los fundadores solo se dedicaron a excavar el subsuelo del Templo durante los primeros años, sin que la Orden progresara, muy distinta fue su evolución después de esta primera etapa. 

Finalizado este aparentemente infructuoso trabajo, cuatro de los caballeros regresaron a Francia. A partir de ese momento la Orden sufrió una verdadera transformación. 

Sorprendentemente los cuatro fueron recibidos por el Papa y la mayoría de reyes y nobles de la cristiandad, a pesar de que la Orden era totalmente desconocida en occidente. Casi de inmediato empezaron ha recibir donaciones en forma de joyas, dinero y posesiones. Al mismo tiempo no paraban de llegar solicitudes de afiliación por parte de nobles que querían ser aceptados, una vez que la regla fue solemnemente aprobada en enero de 1128 en el concilio de Troyes. Allí tuvieron el valioso apoyo de Bernardo de Claraval, quien desde ese momento pasaría a ser el mejor propagandista del Temple, escribiendo para ello su famosa De Laude Novae Militiae. 

Con una organización superior a cualquier ejército de la época. Con una efectividad que hacía temblar a los enemigos cuando su estandarte aparecía en el campo de batalla, y con el apoyo del Papa, los templarios fueron acrecentando su dominio. Su poder se extendió en poco tiempo por todos los reinos del Sacro Imperio Romano, mientras las bulas papales que les otorgaban mayor autonomía y mejores derechos se sucedían. 

Y no era solamente poder militar el que la Orden ejercía. Por toda Europa, con la excepción de la península ibérica donde participaban en la reconquista luchando contra los árabes, sus posesiones eran núcleos de una actividad económica tan intensa que la Orden alcanzó el mayor poder financiero del continente. La explotación de molinos, granjas, mercados y puertos, donde el comercio y la pesca florecían, eran parte de las actividades que los templarios utilizaban.Y con ello financiaban la construcción de catedrales en Europa y la lucha en Tierra Santa. A estas actividades también se unían los derechos de paso por sus tierras y por sus puentes. Estos últimos llamados pontazgos. Incluso en feroz competencia con el clero explotaban los derechos de enterramiento en sus propios cementerios. Y el cobro de diezmos a los feligreses. 

También eran muchas las donaciones que en forma de terrenos, iglesias e incluso poblaciones enteras recibían de nobles y reyes que querían de esta forma ayudar a la recuperación y custodia de los Santos Lugares. Tal llegó a ser el poder y la solvencia de la Orden que se convirtieron en los tesoreros de la mayoría de casas reales de Europa. Siendo también depositarios de fortunas que nobles y comerciantes les encomendaban al no existir un lugar más seguro que la Casa del Temple. Y si bien el poderío económico de los Templarios era el mayor de la cristiandad, también su fuerza militar era envidiable. No había ejército que se les pudiera comparar. 




Cuando el estandarte blanco y negro de la Orden, la Bausant, aparecía envuelto entre una nube de caballeros con sus mantos blancos al viento, las tropas sarracenas sabían que la batalla estaba perdida. Poco importaba que los soldados de la media luna fueran mucho más numerosos. 





Mucho se ha dicho acerca de la efectividad de los Templarios en la guerra, y quizás se ha exagerado. Pero un ejército formado por soldados que dedicaban su vida a la oración y a la lucha. Entrenando constantemente. Que no temían morir en batalla, ya que si ello ocurría era una gloria. Soldados que practicaban el voto de obediencia incluso en batalla, pues nadie podía retirarse ni huir si el mariscal no lo ordenaba, hacía fácil de entender que un ejército así significaba un ejército invencible. 

Tan solo algunos monarcas deseosos de victorias con las que regresar a Europa. Que no quisieron escuchar los consejos de verdaderos profesionales como los Templarios ensombrecieron la parte final de su historia. 

La imprudencia de estos monarcas fue la verdadera razón de las derrotas que marcaron el final de la presencia cristiana en Palestina. Imprudencias que finalmente causaron la expulsión de Tierra Santa. Pero como la finalidad de estas líneas no es escribir la historia, y menos juzgarla. Como la finalidad de estas palabras es solo conocer un poco más a la Orden del Temple, es importante acercarnos a su estructura. Así podremos comprender porque después de llegar a lo más alto, prácticamente de la noche a la mañana, la Orden desapareciera debido a la más cruel de las injusticias cometida por Roma y por una monarquía francesa corrupta y sin escrúpulos. 

Para empezar hay que conocer que para administrar y gobernar tal número de posesiones, los Templarios crearon una organización que hoy en día sería un ejemplo para cualquier multinacional. El mando estaba en manos del Maestre, cargo elegido de forma democrática entre los más preparados, y que normalmente recaía en alguien con una carrera intachable dentro de la Orden. Y si bien en la lista de Maestres se sucedieron verdaderos genios, también existió algún caso en el que el elegido no supo estar a la altura del cargo. Para prevenir esto la Orden adoptó su propia solución. 

El poder no se ejercía de forma absoluta por el Maestre. Todas las decisiones importantes que afectaban a la Orden eran tomadas en reuniones llamadas capítulos a las que asistían la mayoría de los Maestres Provinciales. Tras el Maestre, el segundo puesto en importancia lo ocupaba el Senescal, quien hacía las veces de Maestre en ausencia de este. Después estaba el Mariscal, único responsable de la disciplina y máxima autoridad en las batallas. 

A continuación estaban el comendador del reino de Jerusalén, máximo tesorero, y el comendador de la Bóveda de Acre, que vigilaba el tráfico marítimo del puerto y la relación con los hermanos de Occidente. Por último existían el comendador de Jerusalén, encargado de la protección de los peregrinos, y el Submariscal, que dirigía a la caballería ligera de la Orden. Los llamados turcópolos, guerreros nativos que sabían disparar su arco mientras cabalgaban monturas ligeras. Una innovación para aquella época, ya que en Europa se entendía al jinete y a su caballo como equivalentes de una caballería pesada y lenta de movimientos. 

Estos cargos, residentes en Jerusalén, eran los más altos de la Orden. Pero por debajo de ellos también había un conjunto de mandos. Con distintos niveles de autonomía y repartidos por todas las zonas en las que el Temple estaba presente. Incluyendo la vieja Europa. De esta forma la organización podía funcionar de forma estable. Entre estos estaban los Maestros Provinciales, verdaderos responsables de las distintas provincias en que los Templarios habían dividido sus dominios en función de la economía y la lengua. 

También estaban los comendadores mayores, que cuidaban de una parte de terreno llamado bailía dentro de cada provincia. Los comendadores o preceptores, que administraban las casas, granjas y encomiendas de la Orden. Los Visitadores, quienes viajaban por las posesiones vigilando que se cumpliera La Regla así como las normas. Los pañeros, encargados del material y de la vestimenta y otros cargos de menor responsabilidad. Pero uno de los puestos de mayor importancia, especialmente en combate, era el de gonfalero o porta estandarte, ya que la bausant era el punto de referencia de todos los caballeros en el campo de batalla. 


Por su importancia, y para evitar que cayera en manos enemigas, la bausant iba rodeada de una escolta de templarios. Si el portador caía otro la tomaba. Además, la Regla prohibía expresamente que la bausant y su mástil se emplearan como arma. Solo debía usarse para mantener a la tropa agrupada, por lo que siempre debía estar alzada. 


En cuanto a las posesiones del Temple y a su disposición territorial, estaban proyectadas hasta el mínimo detalle. Cada granja, encomienda o castillo tenían su propia organización que agrupaba a los freires, caballeros o sargentos bajo el mando de un preceptor o comendador. A su cargo estaban todos los empleados, tanto los internos, como los externos, que trabajaban a cambio de un sueldo. También dependían de él los prisioneros, especialmente en posesiones cercanas a la frontera. Estos trabajaban al igual que cualquier otro empleado. Y por último los sacerdotes que cuidaban de la salud espiritual de todos. 

Todas las semanas se celebraba un capítulo con la asistencia de todos los freires. En él se debatían los temas que afectaban a la marcha de la casa. Asimismo se castigaban las faltas cometidas por los hermanos, y se aplicaban las penas según dictaba la Regla. Las posesiones que estaban dentro de una misma provincia dependían del Maestre Provincial. Este vivía en la encomienda o castillo principal de la misma. Y una vez al mes se celebraban allí los capítulos provinciales a los que acudían los comendadores de las casas que dependían de dicha encomienda. 

Todas las casas, granjas y encomiendas dentro de la misma provincia mantenían relación. Y en función de la importancia económica, o de la cantidad de personal unas dependían de otras. De esta forma se complementaban las carencias de las más pequeñas con los excedentes de las mayores, aprovechando los recursos propios y evitando pagar ningún bien o servicio fuera de la propia institución. Sabemos que las provincias en las que el Temple dividió, tanto el continente europeo como Tierra Santa, obedecían a divisiones bajo un prisma cultural o económico. Y que no tenía nada que ver con los reinos existentes, pues las fronteras de estos cambiaban constantemente. 

Pero no todos los integrantes del Temple eran caballeros. Por una parte existían los sargentos, que lucían una capa parda o de color negro con la cruz roja en el hombro, ya que su origen, al no ser noble, les impedía acceder al rango de caballero. También estaban los escuderos, que podían formar parte de la Orden de por vida, o por un tiempo pactado, a cambio de alguna gracia, o simplemente por una promesa. Existían cargos desempeñados por personal de servicio. Siempre trabajos de apoyo como el caso del herrero, oficio imprescindible si tenemos en cuenta la importancia que representaba en tiempos de guerra el caballo para un caballero. Y en último lugar del escalafón se encontraban los sirvientes. Estos se ocupaban de las labores domésticas y de los trabajos agrícolas. Trabajaban para la Orden a cambio de un sueldo y gozaban de su protección. 

Recordemos que de igual forma que el Maestre necesitaba del Capítulo General para tomar las decisiones importantes, las provincias, bailías y encomiendas también celebraban capítulos. Estos eran semanales, mensuales o anuales en función de su importancia. En estos capítulos, celebrados normalmente de noche, se discutía y aprobaba la compra, cambio o venta de terrenos y fincas. También en ellos se castigaban las faltas cometidas por algún miembro, y se estudiaban los casos de aquellos que solicitaban el ingreso en la Orden. 

Para disponer de la misma autosuficiencia en el mar como en tierra, el Temple creó una flota que competía con las mejores de la época. En poco tiempo la Orden rivalizaba con venecianos y pisanos por el lucrativo negocio del transporte de mercancías y peregrinos. Tanto hacia Tierra Santa por el mediterráneo, como a Compostela por el Atlántico. Gracias a su flota pudieron poseer puertos relevantes como Colliure en el mediterráneo, o La Rochelle en la costa atlántica. Desde este último navegaban hacia Padrón y Burgo de Faro los fieles que desde Europa iban a visitar la tumba del apóstol en Santiago. 

Pero la envidia que generaba este poder económico, más el temor que algunos reyes sentían por tener dentro de sus territorios un ejercito que no les rendía vasallaje, que solo juraba obediencia al Papa, creó un caldo de cultivo en contra de la Orden. También se unieron a este malestar algunos hechos que terminaron por poner en su contra a la mayoría de los poderes de la cristiandad. Las perdidas de Jerusalén, de San Juan de Acre, y finalmente de Trípoli, unidas a la expulsión de Palestina, facilitaron que Felipe el Bello, rey de Francia, urdiera un plan en complicidad con su asistente Miguel de Nogaret para acabar con el Temple y arrebatarle sus posesiones. Un plan que hacia tiempo se gestaba en el palacio real. 

Los conspiradores supieron aprovechar bien el misterio que rodeaba la Orden. Les acusaron de pactar con el enemigo como la causa de la pérdida de Tierra Santa. Y para poner al pueblo en su contra unieron a estas acusaciones algo que en la época era muy grave. Declararon que los Templarios hacían prácticas de idolatría, dándoles el peor trato que podía haber, el trato de herejes. Felipe el Bello, al que algunos historiadores han llegado ha reconocer erróneamente como uno de los mejores monarcas de Francia, no fue en realidad más que un personaje oscuro que en nada se parecía a su abuelo Luis. 

Ya desde los primeros tiempos de su reinado demostró su carácter cínico e hipócrita manifestando opiniones que al poco tiempo contradecía con sus actos. Y a pesar de que en varias ocasiones no dudó en ensalzar a la Orden del Temple, él fue el principal culpable de su persecución, tortura y aniquilación. Para ello, y a través de su fiel Nogaret, atacó e invadió la residencia del Papa Bonifacio en septiembre de 1303. Tal fue el trato vejatorio y los golpes que recibió Bonifacio que al poco murió. ¿El motivo? Sencillamente que el Papa no atendía las calumnias que el rey de Francia vertía sobre la Orden bajo el amparo de falsas acusaciones de renegados sobornados. 

Una muestra de la hipocresía la demuestra el hecho de que el rey, años antes de lanzar su campaña contra la Orden, tuvo que buscar refugio en la Casa del Temple de París. Fue cuando el pueblo se rebeló por las constantes devaluaciones de moneda que el monarca decretaba. Ello ocurría un año después de ordenar la confiscación de todos los bienes de los judíos para luego expulsarlos de París. 

Tras la muerte de Bonifacio, Felipe el Bello pudo continuar su campaña contra el Temple. Pero tampoco con Benedicto XI consiguió nada. Curiosamente este Papa murió envenenado al poco tiempo. Fue entonces cuando el rey convenció para ser Papa a Bertrand de Got, un joven y ambicioso cardenal. El monarca le ofreció su apoyo a cambio de algunas condiciones. Entre estas condiciones estaba la anulación de la excomunión de Nogaret, dictada por Bonifacio y reiterada por Benedicto. Pero la más terrible de las todas era que el Papa debía dar su aprobación a la destrucción de la Orden del Temple. 
Así, Felipe rey de Francia, al no ver cumplido su deseo de ser nombrado Maestre del Temple, ni de que su hijo fuera aceptado en la Orden para alcanzar este cargo, pudo llevar a cabo su venganza y apoderarse de las riquezas que tanto ansiaba. 

Hecho el pacto, y nada más Bertrand de Got fue nombrado Papa bajo el nombre de Clemente V, Felipe el Bello preparó su complot. Con la ayuda de su fiel Nogaret ultimaron los detalles que en la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307 provocaron el arresto en sus respectivas encomiendas de todos los templarios de Francia. 

Ante la pregunta de cómo la Orden Militar más poderosa de la época se dejó sorprender tan fácilmente no hay respuesta. Si bien los historiadores argumentan vagas teorías. Desde la perfecta coordinación del rey con sus comisarios, repartidos por todo el país, algo a todas luces improbable teniendo en cuenta las comunicaciones y las limitaciones en plena edad media, hasta opinar que la Orden conocía de antemano la trampa. Y que lo que hizo fue sacrificar su parte externa y sus posesiones para salvaguardar su tesoro espiritual. 

Pero la verdad es que no todos los caballeros fueron apresados. Y además, para aumentar el misterio jamás se encontró el tesoro que se creía acumulaban en la Casa de París y en algunas encomiendas y castillos. También cuenta la leyenda que del puerto de la Rochelle desaparecieron dieciocho barcos de la Orden la misma madrugada del arresto, sin que jamás se sepa donde huyeron ni que transportaban. 

El caso es que con la impunidad que le otorgaba un Papa ceñido a sus caprichos. Un Papa que solo era una marioneta en sus manos, y teniendo de su parte a los principales jerarcas de la Iglesia con quienes le unían vínculos familiares, Felipe organizó un proceso que ha sido una de las mayores vergüenzas de la historia. Confesiones arrancadas mediante las más horribles torturas que la inquisición pudiera imaginar. Muerte en la hoguera para aquellos que, una vez confesada su culpa mediante tortura, se retractaran de ella. O el encarcelamiento en condiciones horribles, que incluso unos hombres preparados para la guerra y las adversidades no pudieron resistir, fue la forma en que el rey de Francia premió a unos caballeros que habían entregado todo, incluso su vida, por defender la cristiandad y los Santos Lugares. 

Pero no es nuestro caso juzgar las iniquidades que sufrieron los Templarios en manos de Felipe el Bello. Para ello el lector dispone de obras publicadas que detallan todas y cada una de las partes del proceso. Solo recordar que, después de años de sufrimientos en los que no se permitió a los Templarios ejercer ningún tipo de defensa, la Orden fue abolida por Clemente V mediante la Bula Vox Clamantis el 3 de abril de 1312 tras infinidad de presiones del rey de Francia Entonces el Papa instó a todos los reyes de la cristiandad a entregar todas las posesiones arrebatadas a los Templarios a la Orden de San Juan del Hospital mediante la Bula Ad Providam Christi Vicari del 2 de mayo de 1312. 

Fue en ese momento, y quizás provocado por un arrepentimiento de última hora, cuando se inició un tira y afloja entre el Papa y Felipe por los bienes y posesiones incautados al Temple. Pero pocas fueron las posesiones que llegaron a manos de la Orden del Hospital como ordenó el Papa. Empezando por el mismo Felipe, y terminando por el resto de monarcas cristianos, todas el patrimonio fue vendido o entregado a familiares y nobles. Incluso llegaron a crearse Ordenes Militares para recibirlas, como la de Calatrava o la de Montesa en la península Ibérica. 

¿De qué fueron acusados los Templarios para que el Papa y el pueblo no se opusieran a su destrucción? Antes de finalizar es importante que el lector sepa los cargos de que fueron acusados los templarios por los sicarios de Felipe, dirigidos por el terrible Nogaret,: 


  • Ser herejes y no tener una Fe verdadera 

  • Insultar a Jesús en la Cruz. Pues se decía que en la ceremonia de recepción los hermanos eran obligados a insultar y a escupir sobre un crucifijo 

  • Adorar un ídolo en forma de cabeza, y que cuando era mostrado en las reuniones secretas hablaba. Este ídolo, con rostro humano y barba, fue llamado Baphomet al confundir los acusadores dos temas distintos dentro del esoterismo templario 

  • Practicar la sodomía y obligar a ello a los nuevos adeptos 

  • Llevar cinturones mágicos con nudos bajo la camisa 

  • Traicionar a la cristiandad manteniendo relaciones y pactos en Palestina con el Sultán del Cairo, así como con otros enemigos. 





Además de absurdas algunas de las acusaciones estaban urdidas con el fin de enfrentar al Temple con todos los sectores de la sociedad. Tanto los eclesiásticos como los nobles. Incluso también con el pueblo llano. Pero si el ambicioso Felipe, y el corrupto Clemente V creyeron que podían acabar con la Orden estaban equivocados. 

A pesar de encarcelar a muchos de sus miembros, robar sus posesiones y calumniar su imagen, todavía hoy la Orden del Temple guarda celosamente sus secretos y sus misterios. Y a pesar de todo lo que se ha estudiado y de lo mucho que se ha escrito nadie tiene las respuestas a los innumerables misterios sobre los templarios. 

Oficialmente la Orden se abolió (1) con la supresión decretada por el Papa Clemente V, y la muerte en la hoguera de Jacques de Molay, su último Maestre. Muerte ordenada por el rey francés. 

 Pero todavía hoy pervive su espíritu. Por ello no es imposible que un día el Temple renazca de nuevo sus cenizas cual Ave Fénix, y tras varios siglos en el más oscuro secretismo vuelva a cabalgar en pos de un mundo más justo y una sociedad más equilibrada 


(1)Nota del autor: Recientemente ha sido descubierto en los archivos secretos del Vaticano un documento en el que Clemente V, poco antes de morir, exculpaba a la Orden del Temple de las falsas acusaciones. De este documento se ha hecho una tirada limitada de facsímiles que han sido puestos a la venta a un elevado precio. Uno de ellos se puede ver expuesto en el castillo templario de Ponferrada.






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